Enrique Ubieta Gómez
La viejita estaba sentada en el saloncito de protocolo cuando llegamos al estudio. Un amigo solidario me había llevado y en la puerta encontramos a Willy Toledo. Todos la saludamos. Se notaba satisfecha de la atención que recibía. El viejito de la Fundación Hispano Cubana, en cambio, salió enseguida del local, sin saludar, y estuvo de pie en la entrada, expectante, hosco. Unos minutos después llegó Pedro Zerolo, del PSOE, y Willy Meyer, eurodiputado de Izquierda Unida. Calentamos motores: Zerolo adelantó su visión de que resultaba difícil para su Partido la defensa de una posición de diálogo, cuando Cuba actuaba de la manera en que lo hacía. Meyer y yo respondimos sin mostrar todas las cartas. Zerolo es un político correcto, pelea mentalmente para seleccionar las palabras que resulten menos ofensivas, se muestra casi conciliador cuando se adhiere a conceptos diseñados por la derecha. Moragas no apareció hasta el minuto final en el plató y saludó a los representantes de los partidos contrincantes. Parecía ser la estrella, aunque el tema era Cuba. ¿Sería acaso porque el PP representa en España a la mafia de Miami, y viceversa?
La moderadora, indudablemente bella, nos dedica a todos un minuto de amabilidad. Y enseguida nos señala dónde debemos sentarnos. Ella al centro, Moragas a su derecha (eso está bien, pensé), Zerolo a su izquierda, (¿será posible?), Meyer, en la fila del primero, un poco más separado. La viejita, entre Meyer y Toledo, qué mala suerte. A mí me ubican entre el viejo hosco que no me mira y una espléndida actriz. Podría ser una estrategia para crearme un foco de distracción visual. No caeré en la trampa. Nos piden que levantemos la mano cada vez que queramos hablar. En el moderno plató hay asientos para un público extraño, que parece no importarle a qué programa asiste: felices de estar dentro de la caja del televisor, le han dicho que habrá, como en el antiguo Coliseo, una pelea de gladiadores. A última hora, una asistente vuelve a retocar nuestros maquillajes y sacude con una escobilla los sacos.
Cuenta regresiva, se inicia el programa: la linda moderadora empieza como si acabáramos de ver los vídeos con breves declaraciones de Álvaro Vargas Llosa (hijo del escritor, y socio del terrorista Montaner), y de Rosa Montero, que delira al suponer que la Revolución cubana se encuentra en su fase final; también, en una manipulada presentación del otro “bando”, Raúl reafirma lo inaceptable de cualquier chantaje y Silvio dice en palabras puestas fuera de contexto, que no solo nos afectan las agresiones externas, sino los errores propios, lo cual suscriben todos los cubanos, Fidel y Raúl los primeros. Se suceden imágenes de Zapata Tamayo, de Fariñas y de las Damas de Blanco. No sé cómo se las arreglan para que nunca aparezcan en ellas los diplomáticos norteamericanos y occidentales que las siguen de cerca. Pero los vídeos los vemos después, en casa, cuando el programa sale al aire.
Moragas es el primero en hablar, y le siguen en orden “jerárquico” Zerolo y Meyer. La discusión empieza a calentarse, al principio en un marco casi partidista: Zerolo que sí, que es una dictadura, pero que hay que derogar la Posición Común de la Unión Europea porque no da resultados. Moragas, que no hay que dialogar con la dictadura, sino con la “oposición”. Meyer y Toledo empiezan a golpear en el estómago, con efectivos jabs. Sus intervenciones son brillantes y precisas. Doy mis golpes, aunque los 59 segundos de intervención como límite máximo cada vez, me impiden exponer todas las razones. Siempre he tenido dificultades para chatear, porque las cosas, pienso, necesitan explicarse. A Moragas se le concede la palabra cada dos intervenciones del resto de los ocho panelistas. La moderadora dice que es el derecho a réplica. Al inicio se ve arrogante, seguro en su medio (que normalmente solo aparenta pluralidad), pero pronto pierde el control y se desmorona. Los viejitos a ambos lados de la mesa no contribuyen mucho a ayudarlo. Y la actriz, que también habla de dictadura, hace lo que puede para distanciarse de Moragas y reconoce que el “problema” cubano debe ser resuelto por los cubanos. Al final, despistada y conciliadora, dice: “aquí todos somos demócratas, ¿no?”, y me mira implorante de soslayo. Ella ha firmado la condena a Cuba. La coordinadora del programa nos había comentado lo difícil que resultó encontrar a un firmante que estuviese dispuesto a defender su posición.
El muro de argumentos de la derecha se agrieta, Moragas a la defensiva miente una y otra vez sobre la posición de su Partido ante temas como la dictadura de Franco, o el golpe de estado contra Chávez, o el de Honduras y el espurio presidente electo bajo estado de sitio, o el bloqueo a Cuba. Hace caritas, sopla, entorna los ojos, mueve los brazos. “Tu escribes en Granma”, me espeta como si esa fuese una estocada fatal. En más de treinta años de vida profesional he publicado cuatro, quizás cinco artículos en Granma, y me siento satisfecho de ellos. Toledo le pregunta en cuáles medios publica él: en La Razón, El Mundo, ABC, El País, dice como si hablara de periódicos con líneas editoriales muy diferentes. ¿Por qué no publicas en Granma a Vladimiro Roca?, me dice Moragas, ¿por qué debo publicar a las personas que ustedes seleccionan y pagan? Sugiere que usufructúo en España a mi favor las posibilidades que me concede la “libertad de expresión”. La Cadena Ser, ciertamente, me entrevistó durante una hora. Trasmitió tres brevísimos cortes de mis palabras que no llegan a completar los 59 segundos. E inmediatamente, una mesa de tres comentaristas opuso durante media hora sus consideraciones. CNN plus me ofreció quince minutos bajo hostigamiento. Después que salí del estudio, apareció un contrarrevolucionario que tuvo la posibilidad de discursear por el doble de tiempo. Mis quince minutos –una gota de agua en el océano de la desinformación sobre Cuba--, no alcanzan a ser contraparte de una posición editorial que repite los tópicos contrarrevolucionarios sin descanso, pero tienen que ser respondidos. Después de salir al aire el programa 59 Segundos, otros medios nacionales cancelaron la entrevista que habían concertado conmigo. En los periódicos en los que escribe Moragas, no pueden publicar los cubanos que defienden a la Revolución. Todos están editorialmente obligados a escribir “régimen” por “gobierno”, si de Cuba se trata. ¿Libertad de expresión? Moragas estaba desconcertado en el plató porque a pesar de todas las trampas –el tiempo, los vídeos, la composición que siempre otorga mayoría a la derecha, y la presencia de un árbitro que modere a su favor--, el debate no era de “mentirita”.
Viene entonces la entrevista “en vivo” a Fariñas. Concebida para contrarrestar nuestras palabras, paradójicamente las reafirma: Fariñas habla con voz fuerte, clara –después de 45 días en huelga de hambre ¡y de sed!--, y menciona la labor de su equipo médico. La linda moderadora pregunta por qué está encarcelado. El huelguista responde que no está preso. Me mira desconcertada, y yo le confirmo sonriente que no. Reacciona rápido: quise decir, que por qué ha estado preso. El intercambio de miradas y señales en el plató no aparece desde luego en la edición posterior. La entrevista en vivo introduce un argumento más: Fariñas es abordado con total libertad por la prensa extranjera. Ante el recordatorio de las sanciones que en todos los países (incluida España) reciben quienes se asocian a personas o entidades extranjeras para subvertir el orden, Zerolo ofrece un criterio lamentable –su sinceridad lo lleva al punto neurálgico de la discusión--: no puede aceptarse la evocación del Código Penal de España porque Cuba no es, dice, un estado de derecho. Si así fuese, Cuba podría ser invadida, sería válida la injerencia de estados extranjeros en la subversión interna. La Constitución cubana sin embargo, fue aprobada en referendo nacional, con voto secreto y directo. La declaración de Zerolo lo ubica finalmente junto a Moragas, junto al PP y al gobierno norteamericano. A pesar de ello, Moragas exclama frente a las cámaras que el PP está solo en el programa, y la cosa resulta peor: la viejita –con la que seguramente no quería ser asociado--, grita entusiasmada desde su esquina: “yo estoy con el PP”.
Termina el debate. Se apagan las luces. El público aplaude como si hubiese presenciado una obra de teatro: eso, habitualmente, es la política en el mundo “libre”. Pero Moragas está furioso. Ha sido apaleado. Increpa a la moderadora: ¿no se suponía que también estaría Rosa Montero? “En uno de los vídeos mostrados”, responde nerviosa. La experiencia para mí es abrumadora: me quedan muchas cosas por decir, muchos argumentos truncos, pero también la satisfacción de haber abierto con la ayuda de dos amigos una brecha en la campaña informativa contra la Revolución. Los dos Willy, mi amigo Juan Ma y yo, nos vamos hasta el barrio de Lavapiés en el centro de Madrid, donde nos esperan más de cien personas en un acto de solidaridad con Cuba. El programa es trasmitido esa misma noche, a la una de la madrugada, después de una larga discusión sobre el caso más reciente y escandaloso de corrupción en el PP.
Ver programa 59 segundos(depués del minuto 40)