9 december 2008

Rodriguismo: pasado, presente y futuro

Rodriguismo: pasado, presente y futuro.

"El rodriguismo es una aplicaci
ón del marxismo leninismo a las realidades de Chile" (comandante Raúl Pellegrin).

¿Existe alguna cosa que podemos llamar “rodriguismo”? No. El rodriguismo es una suma de ideas y prácticas concretas y, por tanto, expresión de un conjunto de relaciones en un momento dado. La pregunta es quién fue, es y será ese sujeto que podemos denominar “rodriguista”.

Los rodriguistas tenemos dos afluentes de carácter político e histórico: uno inmediato y otro mediatizado. El primero, hace ya 25 años, se sintetiza como una de las formas prácticas a resolver respecto de la política de Rebelión Popular de Masas adoptada por el Partido Comunista de Chile para enfrentar a la dictadura impuesta por el gobierno militar y la derecha contrarevolucionaria. El segundo afluente hace referencia más al imaginario popular ante la figura mítica del guerrillero patriota Manuel Rodriguez que a un desarrollo teórico de uno de los próceres de la chilenidad, pues tal desarrollo teórico no existió, al menos como reflexión y conciencia de una nueva clase revolucionaria que surgía en los albores de la primera independencia. Lo que existió fue una práctica basada en la consecuencia y una ética libertaria, una raigambre popular y la clara convicción de que a las fuerzas de ocupación se le combate principalmente en el plano de las relaciones político-militares. Recordemos que la dictadura nació bajo el sino de una supuesta “guerra interna”, peligroso eufemismo que a nadie convenía sostener sino a fuerza de mostrar la garra fascista criolla, de un sinceramiento imposible. El fascismo siempre ha sido la forma más descarada de la mentira y la explotación más abyecta.

Surgió en Chile entonces un momento histórico en que las formas de lucha armada fueron ampliamente aceptadas por las fuerzas de izquierda y principalmente aceptada por los trabajadores y el pueblo como forma legítima, no tan sólo en la dimensión de la autodefensa de masas, sino como métodos políticos que, en justicia, un pueblo debe asumir ante la opresión de una fuerza militar, criolla o extranjera. Formas de lucha que si bien se han expresado permanentemente a lo largo de nuestra historia, sólo en momentos de un enconado enfrentamiento de clases, surgen como una respuesta consensuada y que peligrosamente, para la dominación imperialista y la burguesía criolla, amenazaba con generalizarse y con ello, construir las condiciones para una eventual crisis revolucionaria, es decir, una abierta disputa por el poder político.

Así fue como surgió a poco andar la “necesidad” de una transición concertada, de un recambio de las formas mas descaradas de violencia y dominación de clases por formas renovadas de una democracia burguesa, limitada, tutelada, y que por supuesto diera garantía de impunidad y continuismo.

Los cantos de sirena llegaron a los oídos vacilantes del reformismo (expresión enajenada de la revolución producto de la vulgarización del marxismo y el abandono de los intereses de clase mandantes) en el propio Partido que dio origen al noble instrumento. Su propia altura marcó sus propios límites, pues la altura de los hombres es también su propio límite. Así, y en el marco de un debate ideológico postergado, al menos hasta ahora, devino la división. Pero esta no fue vertical, sino que involucró un movimiento de unos que abandonando la tozudez revolucionaria retornaron al seno partidario, al locus amoenus (lugar placentero, pleno de seguridad y confort). Otros, en estrecho cuadro liderados por un Salvador aferrado al mástil conduciendo un pequeño barco con un reducido número de navegantes, abandonamos las filas partidarias con las esperanzas de consolidar el instrumento revolucionario. Cerrando filas junto a Raúl, Cecilia y tantos otros camaradas de luchas intentaríamos con éxito poner la dignidad más alta que la cordillera. Pues hay momentos en la historia en que, ante la ausencia de decoro entre los muchos, debe concentrarse entre los pocos. Mas, nuevamente la altura devino en límites y no logrando rediseñar el derrotero para cerrar el ciclo que nos llevaba de organización político-militar a partido político revolucionario, la adulación y la traición nos llevó a pagar con la vida de nuestros hermanos más adelantados. El proceso truncado y la voluntad irrenunciable de victorias nos ha permitido dejar como bandera a las nuevas generaciones, quienes en condiciones mucho más complejas, han de terminar de fundar junto a los trabajadores y el pueblo los caminos en que juntos, a pesar de los pesares, hemos de transitar con heroísmo en pos de la alegría que aún esperamos y aspiramos construir.

El presente y futuro de los rodriguistas, más allá de cualquier límite, se ha de terminar de fundir en la voluntad de poder y vocación de mayoría activa que los trabajadores y el pueblo de Chile logren cuajar en las transformaciones socialistas, única alternativa posible a la barbarie impuesta por el capitalismo en tanto sistema de dominación hegemónico en el proceso de apropiación privada del globo terráqueo. La realidad social es el conjunto de las relaciones sociales burguesas de producción y ellas son la sociedad y el Estado en su conjunto. Los rodriguistas no somos otra cosa que una expresión más del revolucionarismo popular. Su presente y futuro corresponden a ser parte orgánica del movimiento real o no serán nada más que un hermoso pasado. Es preciso cerrar el círculo abierto en la transformación de una forma de expresión del marxismo revolucionario, pues las contradicciones expuestas por el desarrollo mismo del capitalismo y su barbarie, nos impone una vez más ser parte de la solución. Ello sólo puede expresarse siendo parte orgánica del proceso de transformaciones socialistas en Chile. Puesto que socialismo y comunismo no es un ideal que deba imponerse sino el desarrollo mismo del movimiento real, no hay revoluciones tempranas, sólo victorias postergadas.

Ser rodriguista ayer, hoy y mañana, su profundo “quid pro quo”, es ser intransigentes comunistas, lo cual no pasó, no pasa ni pasará por la simple y formal pertenencia a un partido infectado de liberalismo burgués. El virus de la penetración ideológica ha calado profundamente. La vacuna es volcar nuestros esfuerzos al movimiento real, pues el marxismo no es más que el análisis concreto de la situación concreta, es decir, de cara a las transformaciones socialistas, a la revolución social, en las duras y en las maduras. No hay dogmatismo ni oportunismo que pueda ponernos una vez más los límites. Mirando los procesos históricos y actuando en consecuencia, nuevas alturas nos esperan, pero estas no llegarán por sí solas. Las crisis no son excepciones ni encierran nada milagroso. No hay “fastrack” posible. Las revoluciones y las guerras las ganan los pueblos, son producto de su construcción heroica y no hay calco ni copia en ninguna experiencia del pasado.

Las transformaciones sociales son siempre presente y futuro, tareas por realizar. ¿A quién puede temblarle la mano? A muchos sin duda, que no a los tozudos intransigentes que la historia reclama: nosotros.

Siempre agradecidos e inconformes, con el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad. Sin duda alguna el voluntarismo no pare revoluciones, pero también es cierto, que sin voluntad no hay nada, únicamente lamentos hipócritas.

¡Hasta vencer!
Simón