Ebrio de sol y olvido me regreso
a estas lentas llanuras del silencio,
silencio inolvidable que presencio
como presiente la caricia el hueso.
Porque a mi paso acuden hoy con ansia
deseosos de damascos frutecidos,
polvorientos senderos de la infancia
que un tacto declinante ha abatido.
Con un querer de niño y no de vate,
en amparo de luz y no sombrío,
mi corazón sin extrañeza late.
Perduro en Atacama, en el estío
en el vagar sin pena que me ate,
lejos del sur, del sollozo del río.